lunes, 9 de diciembre de 2019

La loba de Francia - Los Reyes malditos V (Maurice Druon)

La loba de Francia es Isabel, la hija de Felipe IV casada con el rey inglés y, por tanto, reina de Inglaterra. La verdad es que es la única de sus hijos que parecía valer para algo... Eso sí, a mí no me cae muy bien, ¡qué le vamos a hacer!

Y es aquí donde empieza a tener fuerza Inglaterra, empiezan a aparecer ingleses desde que conocemos a Lord Mortimer, Roger Mortimer de Wigmore, que estaba preso en la Torre de Londres y logra escapar.

Nos encontramos en 1323 y nos enteramos de que París tenía unos trecientos mil habitantes y Londres no pasaba de cuarenta mil... No soy nada amiga de los franceses y París no es ni de lejos la ciudad que más me ha gustado de las que conozco (que tampoco son tantas) pero hay que romper una lanza en su favor: hay una diferencia interesante, la verdad.

En un momento dado dicen algo de Lady Despenser: "...sin ser desgraciada físicamente, estaba marcada por la fealdad que proviene de un alma perversa". Lo dejo aquí porque yo siempre he pensado que es así: cuando alguien es malo, pero malo de verdad, no puede ser verdaderamente bello... Hay algo que lo impide... será la mirada, la actitud, la forma de actuar... pero algo hay, es inevitable.

Una de las cosas curiosas de esta entrega de Los Reyes malditos es que en 1324 se disparó el primer cañonazo, en la batalla de Crecy: "Todos quedaron espantados, y las mujeres corrieron hacia las iglesias para rogar a Dios que apartara aquella invención del demonio". Si los pobres aparecieran ahora por alguna batalla...

Y hay algo también muy interesante que deberían leer nuestros "gobernates" (entre comillas, porque no sé si se merecen esto...): "Escuchar antes de hablar, informarse antes de juzgar, comprender antes de decidir y tener siempre presente que en todo hombre se encuentra la fuente de las mejores y de las peores acciones: estas son para un soberano las disposiciones fundamentales de la prudencia".

Hay muchísimas cosas muy interesantes pero voy a ir cerrando ya, eso sí, con una reflexión, como casi siempre, que tenía mucho más sentido en aquella época que ahora, pero que nos viene bien a todos: "¡Qué maravillosa sensación podía proporcionar a veces el mero hecho de vivir!"

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