domingo, 27 de diciembre de 2020

Ver (Javier de Frutos)

 Vamos con la segunda parte de la serie Que Dios nos coja confesados... Al igual que con la primera, es realmente complicado hacer una reseña porque nos movemos en épocas y escenarios diferentes, todos ellos relacionados entre sí y con los de la primera novela.

Aquí nos vamos a encontrar de nuevo a Clara y a Daniel. Pero es que vamos a conocer al doctor Allan Beickmann que colaboró en la búsqueda de Céline, la hermana de Daniel... porque trabaja en el sueño lúcido dirigido.... una cosa que a mí me parece muy complicada, la verdad.

En fin, que el hombre fracasó y ahora quieren captarle de nuevo para que trabaje en una institución Per Aspera ad Astra (a través del esfuerzo, el trinfo)... Un sitio, para mí, un poco siniestro.

También conocemos a la agente Shania que vuelve a su ciudad natal en Canadá como analista de investigación criminal, recién salida de Quantico...

¿Qué? ¿A que parece un lío? Pues lo es, pero luego se va aclarando un poco... aunque no del todo porque hay una tercera entrega (y más que aún no se han escrito)

Lo cierto es que he aprendido muchas cosas... Y me ha llamado la atención lo de la V de victoria. Al parecer fue un emblema propuesto por Loveleye a la resistencia belga durante la Segunda Guerra Mundial para minar la moral de las tropas alemanas cada vez que lo vieran. Pero, por otra parte, dicen que Alestair Crowley, ocultista autoproclamado la Gran Bestia 666, entregó la V como protección mágica contra la esvástica nazi. ¡Ahí lo dejo!

Y ya sé que la latrofobia es la fobia a los médicos. Y que la escopaestesia es un supuesto fenómeno que afirma que los seres humanos somos capaces de detectar de forma extrasensorial si alguien nos está mirando.

Me ha hecho mucha gracia una cosa que dice Clara: "En los pueblos pequeños, los cotillas deben de ser como las farmacis, por ley debe haber siempre uno de guardia, ¡las veinticuatro horas del día!"

Y luego hay otra reflexión de Clara que siempre me ha hecho pensar: "Todos tenemos un precio, (...) y quien cree que no lo tiene, es que todavía no sabe cuál es". Yo siempre he tenido una lucha con esto, porque estoy convencida de que hay gente que no tiene un precio (no digo que no lo tenga yo, no, digo que hay gente que no lo tiene) y mi padre dice que eso no es verdad y que todo el mundo tiene un precio. Es una discusión que hemos tenido miles de veces y nunca llegamos a un acuerdo. Y es que a mí me gusta vivir en mi mundo feliz...

Voy a ir cerrando ya, que me alargo, como siempre. Y cierro con algo que también es bueno que tengamos presente, sobre todo los que siempre vamos corriendo, como una servidora: "La rapidez es una virtud, pero la precipitación, un error"

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