sábado, 14 de julio de 2018

Donde fuimos invencibles (María Oruña)

Ya estaba yo preocupada... Sigo a la autora en Twitter, sabía que había sacado nuevo libro... ¡y yo no lo había leído! ¡Impensable! Lo cierto es que era una de mis apuestas para la Feria del Libro pero lo encontré antes en mi aplicación de libros electrónicos.

En fin, que lo he leído y, como era de esperar, me ha encantado y no me ha decepcionado lo más mínimo. Algunas veces me da un poquillo de miedo seguir con las series de ciertos personajes. Sobre todo cuando las primeras novelas son tan buenas y las disfruto tanto. Pero aquí no ha habido problema: me ha gustado muchísimo.

Para hacernos una idea de qué va la trama, voy a citar lo que se dice en la propia novela: "...algo insólito sucede en el centro mismo del pueblo costero de Suances: el jardinero del antiguo Palacio del Amo ha aparecido muerto en el césped..."·. Hasta aquí puedo leer. Lo demás hay que leerlo en la novela. Lo malo de estos libros es que, cualquier cosa que cuentes, puede destrozar el final, así que mejor estarse quietecita.

Eso sí, aparece de nuevo nuestra prota, Valentina Redondo y su chico Oliver Gordon. Ella ya sabemos que es "...una concienzuda teniente que tenía a su cargo a la principal Sección de Investigación de la Unidad Orgánica de Policía Judicial (UOPJ) de Cantabria en Santander". Él es estupendo. A mí me encantó desde que apareció en la primera novela. Sirve para tranquiliar la trama siempre y para que aparezcan las sonrisas cuando más falta hacen.

También conocemos a Carlos Green: "...pero ha venido de Califronia el heredero de la casa, que es escritor, o periodista, o alguna cosa por el estilo...". En realidad, el muchacho era surfista profesional (hay gente pá tó, como dijo el Gallo) pero su vida da un vuelco cuando tiene una lesión. En fin, tiene una vida interesante. Toda la novela va paralela a su propia novela El ladrón de olas que es un poco la historia de su vida. "Yo no era feliz con nada, porque esperaba que la satisfacción de vivir me la diesen los demás, en vez de buscarla por mí mismo" (ojo, que ahí se puede sentir identificada mucha gente)

Por otro lado tenemos al profesor Álvaro Machín que, a la sazón, está impartiendo un Curso de Salud Mental. Durante toda la novela, flota en el aire la posibilidad de que estén produciéndose sucesos paranormales. En el curso, el profesor va dando justificación científica a muchos de los sucesos que pueden considerarse "especiales" o inexplicables. A mí me ha resultado muy esclarecedor en muchos casos.

Y cuenta cosas curiosas, como que existen otros dos sentidos, además de los cinco ya conocidos: equilibricepción y propiocepción. "El primero, el sentido del equilibrio. El segundo, el que informa al organismo de la posición de sus músculos y sus partes corporales en el espacio". También he descubierto en existe la "Facultad de Psicología de Edimburgo, una de las pocas del mundo que disponía de un laboratorio para estudios parapsicológicos: la famosa Unidad Koestler". Como dirían mis hijos, "tiene sentido". A ver, ¿dónde mejor que en Escocia, donde todas las casas que se precien tienen un fantasma dentro?

Aparece aquí en un momento dado la navaja de Occam o principio de parismonia (¡qué chulo el nombre!): "En igualdad de condiciones, la explicación más sencilla suele ser la más probable". No tiene nada de particular, lo sé. Casi todos sabemos en qué consiste pero me llama la atención porque últimamente lo estoy encontrando en muchos sitios, mucho más a menudo que antes. Quizá me fije más, es posible, pero quizá es que nos empezamos a dar cuenta de que complicamos mucho las cosas. Yo recuerdo que un profesor de Cálculo en la carrera nos decía que si la solución no es elegante, no es la buena...

Y voy a cerrar con dos reflexiones.

Una de ellas es muy conocida pero a mí me hace pensar mucho siempre que la vuelvo a leer. No la ha dicho una única persona, así que no cito a nadie: "El mayor triunfo del diablo ha sido hacer creer a la gente que no existe"

Y la otra, un poco menos trascendente pero interesante: "...todos tendemos a pensar que los acontecimientos de nuestra vida son únicos, originales e irrepetibles, cuando - con suerte - no son más que una suma de anécdotas corrientes".

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