viernes, 30 de marzo de 2018

La parte escondida del iceberg (Maxim Huerta)

No es lo primero que leo de Maxim Huerta y repito porque tengo buen recuerdo de lo que ya he leído suyo.

Este libro me ha resultado muy agradable, muy "tranquilo"... Quiero decir, que se sale de los libros trepidantes (que me chiflan, la verdad). Este te da una cierta serenidad, aunque el autor nos esté narrando una situación en la que él no está en un estado de "beatitud absoluta"...

El autor vuelve a París, no sé si buscando recuerdos de un amor que ya no está, o buscándose a sí mismo o encontrándose... No sé muy bien, la verdad, pero sí sé que resulta muy ilustrativo y muy revelador de cómo afrontar al ausencia y el desamor. Está escrito de una forma muy fluida, muy fácil de leer (así que debió de ser muy difícil de escribir) y lo hila con una dosis muy sutil de ironía que hace que, a pesar de ser doloroso, te haga esbozar una sonrisa cada muy poco tiempo.

En sus propias palabras: "De modo que queriendo esconder las luces de todo mi laberinto, he iluminado esta novela que finge hablar de París"

Solo le veo un problema: el autor habla maravillas de París y a mí, sinceramente, me parece la ciudad más sobrevalorada del mundo. Cierto es que yo no conozco muchas, claro pero París... Tanto "ciudad de la luz", tanto "la ciudad más romántica del mundo",... A mí me deja fría. Puede que sea porque yo estuve en París trabajando para aprender francés, que no lo hace la razón más motivadora... Y sé que nos soy para nada objetiva, lo sé.... Pero a mí París no me gusta.

Bueno, vamos a darle una oportunidad a un par de sitios que también le gustan al autor, la place des Vosges y los jardines de Luxemburgo. Y a mí también me gusta la Isla de San Luis... Si vuelvo a París, tendría que pasar por ahí sí o sí...

Porque claro, luego París tiene a los parisinos que son algo muy especial. En eso me da la razón hasta el autor: "Les fascina a los franceses, a los parisinos sobre todo, hacerse sentir mal cuando hablas regular su idioma porque, aunque lo estés diciendo bien pero no perfecto, para su finísimo oído galo, creen que te hacen el favor de pasar a hablar en inglés". Y luego... "Cuando vas al supermercado, te tropiezas con las cajeras que han hecho un curso de cómo ser lo más antipática posible, módulos I y II".

Pero bueno, dejemos mi opinión de París aparte, que para eso es mía y solo mía (aunque ya me encargo yo de hacérselo saber al mundo...) y pasemos al libro, que es muy interesante.

Por una parte, he aprendido lo que es la hipertimesia, del griego hyper = superior y thymesia = recordar. Parece ser que se detectó que una mujer estadounidense, Jill Price, tenía esta enfermedad, dolencia, no-sé-cómo-llamarlo, porque no puede olvidar. Ella misma dice "Los médicos lo llaman don; yo, tormento". Y parece que el neurocientífico Richard Morris decía que "olvidar es crucial para recordar. Si no tiramos los periódicos viejos, es difícil pensar con fluidez". Así que, debe de ser cierto que la pobre Jill lo pasa francamente mal.

Del tema de los recuerdos debe de haber literatura para llenar miles de bibliotecas pero el autor se hace unas preguntas muy interesantes, que yo también me he hecho muchas veces: "¿Cómo seleccionamos los recuerdos? ¿Por qué algunos se quedan para siempre en nuestra cabeza y en nuestra almohada como tormento?"

Me gusta muchísimo cómo habla de su madre, de su amor por ella y de su admiración. "Mi madre es una mujer que ha vivido pendiente de los demás y poco de sí misma" Yo creo que todas nuestras madres han sido así y es una condición de madre... Lo que no sé es si mis hijos me verán a mí así también... "Siempre pensé, y lo he escrito alguna vez, que ese calor que genera una madre se mide con otro tipo de temperatura"

Otra cosa con la que me identifico mucho es con el final feliz de las novelas: "¿A qué le llamas final feliz? - No lo sé. Supongo que a quedarme un rato con el libro cerrando y sintiéndome bien después de leerlo". Maravillosa definición... Así es exactamente como lo siento yo.

Y termino, que me alargo mucho, como siempre. Recomiendo que se lea. De verdad que relaja, hace parar un poco o, al menos, reducir la velocidad porque parece que es uno mismo el que va paseando por París con el autor, o el que se sienta a tomar un café...

Cierro con una frase que me ha gustado: "Jodida fineza la mía que en el desierto riego, en el hogar emigro y en el recuerdo anido"

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