martes, 14 de febrero de 2023

Juego mortal (J.M. Fernández)

 Aquí seguimos, con Salazar y Ortiz... A seguir pasándolo estupendamente.

Justo al final del capítulo anterior, Santiago Ortiz sustituyó al comisario Colmenares... Él no sabe que Néstor es su hermano, pero Néstor, sí... y se llevan fatal.

Pero comenzamos con Salazar en el hospital: "El asesino del comisario Padilla, aquel desalmado que perseguía a Salazar desde los tiempos en que él estuvo en Madrid, por fin lo había encontrado".

Al igual que en la novela anterior, vamos a encontrarnos con dos investigaciones paralelas. Por un lado, "el asesino de la rosa" consigue matar al comisario Padilla, con lo que eso supone para Salazar. Ellos habían trabajado para que entrara en la cárcel y, cuando salió, les aseguró que iría a por ellos. Por eso, Padilla envió a Néstor a Haro sin dejar ninguna trazabilidad. Y a su compañero, Darío, le envió a Cantabria de la misma manera, para que no pudiera seguirle el rastro.

Padilla se quedó en Madrid... y al final, lo encontró.

Y Salazar decide poner las cartas boca arriba, manifestarse, para que Pernía, el asesino de la rosa, vaya a por él y poder atraparlo. Su firma es la rosa blanca que envía a sus futuras víctimas. "Pernía es un psicópata, un asesino en serie que decidió sacarle beneficio económico a su... talento criminal"

Por otro lado, tenemos un caso escalofriante... En 2009, en una excursión a la ermita de San Felices en la que, posiblemente, había menos profesores de los que eran necesarios, unos de los chavales más mayores, de unos 10 años, subieron al mirador y uno de ellos, por hacer la gracia, se subió y cayó sin que nadie pudiera hacer nada.

En 2017, cuando se desarrolla nuestra historia, aparece un chaval de 17 años, Eduardo Contreras, ahorcado en el centro de acogida en el que creció Salazar. Y es el propio director, Alejandro Lamas, quien le llama para ponerle al corriente. Y luego otro chaval, Abelardo Romero Tovar, se lanza al vacío desde la azotea de su casa.

En esta novela vamos a conocer a un nuevo subinspector, Diji Cheick, "un joven subsahariano de casi dos metros de altura, que les sonreía con dientes blancos y perfectos". Sustituye a Domingo, que, quien lea el anterior, sabrá por qué se marcha. Y Diji es estupendo... me encanta.

El caso de Pernía ya sabemos que acaba con Salazar un poco mal, pero eso va a hacer que se descubra su identidad frente a su hermano.

Y el otro caso... pone los pelos de punta. He descubierto lo que son las drogas auditivas: "A cada oído le llegan sonidos con una frecuencia distinta, que cuando el cerebro las procesa, forman una tercera onda, que se llana binaural. Esta onda puede estimular sustancias que emulan el efecto de ciertas drogas".

En el epílogo, la autora nos cuenta un poco en qué se basa: "En el año 2016 se levantó una alarma acerca de un juego difundido por Internet, llamado la ballena azul, en el que los moderadores planteaban a los participantes 50 tareas, la última de las cuales sería el suicidio". Reconozco que a mí esto me da mucho miedo.

Voy cerrando ya, con una reflexión muy interesante de Salazar: "Siempre hay culpables en los accidentes, lo que no existe es la intención de daño, pero para que un siniestro ocurra debe estar presente una o varias conductas inapropiadas".



No hay comentarios:

Publicar un comentario