domingo, 2 de febrero de 2014

El médico hereje (José Luis Corral)

¡Qué majetes son los Reyes Magos! Este es otro de los libros que me trajeron (por buena, por supuesto)

El éxito estaba asegurado: un libro sobre Miguel Servet escrito por José Luis Corral. "No hace falta decir nada más", parafraseando a Bernd Schuster.

Frivolizando un poco, lo primero que se me ocurre es que este libro tiene un problema: el final nos lo sabemos todos. Es lo que me pasa a mí con la peli Titanic. ¿Para qué la voy a ver si el barco se hunde?. Aquí pasa un poco lo mismo. Yo se lo decía el otro día a mi marido: "Te lo voy a destripar: le queman en la hoguera".

El libro está genial. Me ha gustado muchísimo. Aquí aparecen dos personajes que siempre han despertado en mí sentimientos intensos sin que les haya conocido en profundidad. Por un lado, Miguel Servet siempre me ha caído muy bien y Calvino siempre me ha caído mal y no sé por qué. Será por las imágenes que salían en los libros cuando lo estudiábamos (que no eran especialmente agradables), no lo sé...

Y leyendo este libro, no me ha cambiado radicalmente la percepción pero sí he podido abrir un poco la mente porque los dos tenían sus cosas buenas y sus cosas malas.

Miguel Servet: "En la mente de Miguel Servet cabía todo... Nada escapaba a su curiosidad y a su afán por alcanzar las más altas cotas de sabiduría". "No solía arrepentirse de sus decisiones pues su altanería era tanta que no creía equivocarse."

Juan Calvino: "La mayoría de los ginebrinos lo consideraba un hombre dotado de una profunda sensibilidad, de carácter compasivo y que daba muestras de caridad hacia quienes lo necesitaban. Era un trabajador incansable, que no cesaba de escribir cartas, preparar sermones y redactar epístolas y pastorales. Y siempre se mostraba dispuesto a ayudar al prójimo y a sacrificarse en beneficio de la comunidad. Vivía con suma modestia, era austero en la comida y en el vestido y no se le conocía vicio alguno" "Calvino era un iluminado absolutamente convencido de que estaba en posesión de la verdad, de toda la verdad, de la única verdad."

Es un libro muy interesante, que nos hace ver cómo funcionaba la Inquisición y las iglesias de la reforma. Al final, se da uno cuenta de que lo que el autor pone en boca de Servet es una gran verdad: "En eso, luteranos, calvinistas y católicos coinciden plenamente. Todos queman a mujeres acusadas de brujería y lo hacen porque anhelan que sea su forma de entender el cristianismo la única forma que se imponga". Lo cierto es que yo nunca he entendido eso de quemar a nadie en la hoguera: será cosa de la cultura del momento, será, sí, pero a mí... ¡no me cuadra ni entonces, ni ahora, ni nunca!

Me ha gustado un parrafito que quiero dejar aquí reflejado: "...a pesar de que el manual de inquisidores escrito dos siglos atrás por el fraile Nicolás Eimeric recomendaba que los que ejercieran ese puesto, además de tener más de cuarenta años cumplidos, debían ser honestos en su vida privada, prudentes n sus manifestaciones públicas, firmes en la defensa de la fe, virtuosos en su comportamiento y eruditos en el conocimiento de la doctrina católica, Ory creía que para medrar en su oficio era mucho mejor adular al poder secular y ponerse siempre al servicio del rey y del papa que imitar el ejemplo de Cristo." ¡Ahí queda eso!

También me ha gustado una de las leyes que regían en Ginebra: "El acusador debe permanecer encerrado con el acusado hasta que el tribunal admita la acusación y decida si está fundamentada. Esta es la manera en que la ciudad de Ginebra garantiza que las acusaciones que se presentan contra los ciudadanos tengan alguna base." Esto está fenomenal pero, claro, también es verdad que "quien hizo la ley, hizo la trampa" y al final ,se podría acusar sin ningún tipo de fundamento. Pero, vaya, el acusador se tenía que quedar un tiempecito en la cárcel...

Estamos situados en una época muy convulsa, es cierto. Y la religión, lamentablemente, siempre ha sido motivo de luchas entre los pueblos, por las razones que sean (que yo creo que eran más económicas o de poder que religiosas...). Pero lo de la llegada del fin del mundo es algo que tenia a todos muy preocupados. La cosa es que todos se sabían las palabras de Jesús: "En cuanto al día y a la hora, no los conoce nadie, ni los ángeles del cielo ni el Hijo; solo los conoce el Padre" (Mt 24,36), pero aun así, no hacían más que darle vueltas a cuándo se acabaría el mundo. Y Miguel Servet comenta en uno de sus juicios: "...en ese concilio de Nicea, que tuvo lugar en el año 325. Ese fin del mundo que anuncia el Apocalipsis está muy cerca. Tendrá lugar en el valle de Josafat, entre esta ciudad y el lago de fuego y azufre de Sodoma. Yo he hecho mis cálculos y he comprobado que el final de los tiempos acontecerá mil doscientos sesenta años después de ese concilio , en nuestro año 1585. Para ello utilicé el Libro de Daniel y e propio Apocalipsis de San Juan". Considerando que estaban en 1553, a más de uno debió de entrarle un poco de miedito. Porque, aunque consideraban que Servet era un hereje, a ninguno se le escapaba que era un hombre inteligente y que había estudiado mucho...

Interesante el concepto que tenía Calvino de cómo deberían ser las costumbres en Ginebra: "...se prohibirían otra vez las manifestaciones de lujo, las fiestas laicas y la mayoría de las expresiones artísticas... se prohibirías que los músicos itinerantes, agentes del demonio según Calvino, vagaran de fiesta en fiesta con sus violines, guitarras y trompetas, incitando al baile y despertando la lujuria..."; "...varias mujeres se lanzaban unas a otras una pelota y corrían para evitar ser golpeadas y eliminadas en un juego que llamaban el volante, el cual era especialmente odiado por Calvino porque decía que fomentaba la desinhibición natural de la mujer y la incitaba a la risa y a la banalidad.". Claro, de esto algo debe de quedar y por eso, cualquiera que haya estado en Ginebra se puede haber dado cuenta de que es una de las ciudades más aburridas del mundo (aunque yo solo he estado por razones de trabajo, se huele en el ambiente).

Me está quedando un poco largo, la verdad, pero es que en este libro hay muchas cosas que merecían ser entresacadas. Como lo que dijo Sebastián Castellio, uno de los cabecillas de los libertinos, grupo de que oponía a Calvino en Ginebra y que querían lograr la salvación de Servet: "Matar a un hombre no es acabar con una doctrina, es matar a un hombre". Parece una perogrullada pero merece darle una pensadita en profundidad.

Y acabo ya, ahora sí, con una reflexión de Miguel Servet en relación con la libertad: "Pero Dios nos dio la vida y la luz, y lo hizo así para que fuéramos libres. Dios nos otorgó su luz, la luz del mundo, la que nos transfiere la energía vital. La luz lo es todo, y sin ella la vida sería imposible. Si renuncio a mi libertad, renuncio a la luz, y, por tanto, renuncio a la vida. Y si renuncio a la vida, renuncio a Dios."

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